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TEORIAS EDUCATIVAS


Enviado por   •  6 de Septiembre de 2012  •  12.616 Palabras (51 Páginas)  •  641 Visitas

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DIDÁCTICA MAGNA

JUAN AMÓS COMENIO CAPITULO PRIMERO

EL HOMBRE ES LA CRIATURA POSTRERA, LA MÁS ABSOLUTA, LA MÁS EXCELENTE DE TODAS LAS CRIATURAS

Al pronunciar Pittaco, en la antigüedad, (nosce te ipsum, conócete a ti mismo), acogieron los sabios con tanto entusiasmo dicha sentencia, que para entregarla a la plebe afirmaron que había descendido del cielo, y cuidaron de que fuera inscripta con letras de oro en el frontispicio del Templo de Apolo en Delfos, adonde concurría gran multitud de hombres. Fue prudente y piadoso proceder, pues aunque en realidad era una ficción, se encaminaba a la verdad, que es más clara para nosotros que para ellos. ¿Qué es sino una voz celestial la que resuena en la Sagrada Escritura, diciendo: ¡Oh, hombre, si me conocieras, te conocerías? Yo, la fuente de la eternidad, de la sabiduría, de la bienaventuranza; tú, mi hechura, mi imagen, mi delicia. Te elegí como compañero mío en la eternidad, dispuse para tu uso el cielo, la tierra y todo cuanto contienen, reuní en ti solo cuanto brilla en cada una de las demás criaturas: la esencia, la vida, el sentido y la razón. Te elegí sobre todas las obras de mis manos; subyugué a tus plantas todas las cosas: ovejas, bueyes, bestias del campo, aves del cielo y peces del mar; por igual razón te coroné de gloria y honor. Finalmente, para que nada faltase, me uní a ti, yo mismo, en hipostático lazo, juntando eternamente mi naturaleza a la tuya, como no acaece a ninguna de las criaturas ni visibles ni invisibles. Entiende, pues, que tú eres el colofón absoluto de mis obras, el admirable epitome, el Vicario entre ellas y Dios, la corona de mi gloria. ¡Ojalá todas estas cosas queden esculpidas, no en las puertas de los templos, ni en las portadas de los libros, ni en los ojos, lenguas y oídos de todos los hombres, sino en sus corazones! Ciertamente hay que procurar que todos aquéllos que tienen la misión de formar hombres hagan vivir a todos conscientes de esta dignidad y excelencia y dirijan todos sus medios a conseguir el fin de esta sublimidad.

CAPITULO II

EL FIN DEL HOMBRE ESTÁ FUERA DE ESTA VIDA

Los dictados de la razón nos afirman que criatura tan excelsa como lo es el hombre, debe estar necesariamente destinada a un fin superior al de todas las demás criaturas. Dios nos ha representado en esta vida nuestro último fin. En primer lugar, por cierto, aparece esta representación en la Creación misma. Dios no mandó al hombre secamente que existiese, sino que, previa una solemne resolución, le formó con sus propios dedos un cuerpo y le inspiró un alma de Sí mismo. Nuestra misma constitución demuestra que no nos es bastante todo lo que en esta vida tenemos. Vivimos aquí una vida triple: vegetativa, animal e intelectiva o espiritual, la primera de las cuales jamás se manifiesta fuera del cuerpo; la segunda se dirige a los objetos por las operaciones de los sentidos y movimientos; la tercera puede existir separadamente, como ocurre en los Ángeles.

Todas las cosas que hacemos y padecemos en esta vida demuestran que en ella no se consigue nuestro último fin, sino que todas ellas tienden más allá, como nosotros mismos.

En un principio, nada es el hombre, como nada existió en la eternidad; tiene su iniciación en el útero de la madre, de la gota de sangre paterna. ¿Qué es el hombre al principio? Comienza después a moverse, hasta el momento en que por la fuerza de la naturaleza es expelido al exterior, y poco a poco van entrando en función los ojos, los oídos y los demás sentidos. Con el transcurso del tiempo se manifiesta el sentido interno cuando se da cuenta de que ve, oye y siente. Más tarde ejercita su entendimiento, advirtiendo las diferencias de las cosas; finalmente, la voluntad asume su función de directora, aplicándose a ciertos objetos y apartándose de otros. Pues el mismo conocimiento de las cosas va insensiblemente apareciendo, como el resplandor de la aurora, surge de la oscuridad profunda de la noche, y mientras dura la vida (a no ser que se embrutezca de un modo absoluto) recibe continuamente más y más luz hasta la misma muerte. Nuestras acciones, en un principio, son tenues, débiles, rudas y en extremo confusas, y paulatinamente se desarrollan después las potencias del alma con las fuerzas del cuerpo, de tal manera que mientras tenemos vida (salvo el caso de quien es atacado de un entorpecimiento extremo y sepultado vivo), no nos falta qué hacer, qué proponer, qué emprender, y todo esto, es un espíritu generoso, siempre se dirige más allá, pero sin que se vea el término.

Si uno ansía bienes y riquezas, no hallará satisfacción de sus deseos aunque posea el mundo entero. Y el que dedicase su espíritu al estudio de la sabiduría, jamás llegará al fin, porque cuanto más vaya conociendo, más aún verá que le falta por conocer.

Sabiamente afirmó Salomón que no se sacia el ojo viendo ni el oído se llena oyendo. El ejemplo de los moribundos nos demuestra que no todo acaba con la muerte. Aquellos que piadosamente pasaron aquí su vida se alegran de marchar a otra mejor; los que se hallaban dominados por el amor de esta vida presente y ven que han de abandonarla y pasar a otra parte, empiezan a temblar, y del modo que aún pueden se reconcilian con Dios y con los hombres.

Así también lo entendieron los gentiles, y por eso los romanos, según asegura Festo, llamaban a la muerte viaje, y los griegos empleaban frecuentemente, que significa marchar, en vez de fallecer o morir. ¿Por qué sino porque sabemos que mediante la muerte nos trasladamos a otra parte?. Esto es mucho más evidente para nosotros, los cristianos, sobre todo después que, con su mismo ejemplo, nos lo demostró Cristo, Hijo de Dios vivo, enviado del Cielo para reparar en nosotros la perdida imagen de Dios. Concebido y dado a luz vivió entre los hombres; después de muerto resucitó y subió a los Cielos, y ya la muerte no le dominó más. El se llama y es Nuestro Precursor Primogénito entre los hermanos. Cabeza de sus miembros. Arquetipo de los que han de ser reformados a la imagen de Dios. Y de igual modo que Él no vivió aquí, por estar, sino para, una vez terminada su misión, pasar a la mansión eterna, así también nosotros, consortes suyos, no hemos de permanecer aquí, sino que hemos de ser llevados a otra parte.

Triple hemos dicho que es la vida de cada uno de nosotros, y triple es también la mansión de esta misma vida: el útero materno, la Tierra y el Cielo. Del primero se va a la segunda por el nacimiento; de la segunda a la tercera por la muerte y la resurrección; de la tercera no se sale jamás

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