Practicas Del Lenguaje
Enviado por lumerlo • 30 de Septiembre de 2014 • 2.146 Palabras (9 Páginas) • 153 Visitas
Blancanieves y Rosaroja
Una pobre mujer vivía en una cabaña en medio del campo; en un huerto situado delante de la puerta, había dos rosales, uno de los cuales daba rosas blancas y el otro rosas encarnadas. La viuda tenía dos hijas que se parecían a los dos rosales, la una se llamaba Blancanieves y la otra Rosaroja. Eran las dos niñas lo más bueno, obediente y trabajador que se había visto nunca en el mundo, pero Blancanieves tenía un carácter más tranquilo y bondadoso; a Rosaroja le gustaba mucho más correr por los prados y los campos en busca de flores y de mariposas. Blancanieves se quedaba en su casa con su madre, la ayudaba en los trabajos domésticos y le leía algún libro cuando habían acabado su tarea. Las dos hermanas se amaban tanto, que iban de la mano siempre que salían, y cuando decía Blancanieves:
-No nos separaremos nunca.
Contestaba Rosaroja:
-En toda nuestra vida.
Y la madre añadía:
-Todo debería ser común entre ustedes dos.
Iban con frecuencia al bosque para coger frutas silvestres, y los animales las respetaban y se acercaban a ellas sin temor. La liebre comía en su mano, el cabrito pacía a su lado, el ciervo jugueteaba delante de ellas, y los pájaros, colocados en las ramas, entonaban sus más bonitos gorjeos.
Nunca las sucedía nada malo; si las sorprendía la noche en el bosque, se acostaban en el musgo una al lado de la otra y dormían hasta el día siguiente sin que su madre estuviera inquieta.
Una vez que pasaron la noche en el bosque, cuando las despertó la aurora, vieron a su lado un niño muy hermoso, vestido con una túnica de resplandeciente blancura, el cual les dirigió una mirada amiga, desapareciendo en seguida en el bosque sin decir una sola palabra. Vieron entonces que se habían acostado cerca de un precipicio, y que hubieran caído en él con sólo dar dos pasos más en la oscuridad. Su madre les dijo que aquel niño era el Ángel de la Guarda de las niñas buenas.
Blancanieves y Rosaroja tenían tan limpia la cabaña de su madre, que se podía cualquiera mirar en ella. Rosaroja cuidaba en verano de la limpieza, y todas las mañanas, al despertar, encontraba su madre un ramo, en el que había una flor de cada uno de los dos rosales. Blancanieves encendía la lumbre en invierno y colgaba la marmita en el llar, y la marmita, que era de cobre amarillo, brillaba como unas perlas de limpia que estaba. Cuando nevaba por la noche, decía la madre:
-Blancanieves, ve a echar el cerrojo.
Y luego se sentaban en un rincón a la lumbre; la madre se ponía los anteojos y leía en un libro grande; y las dos niñas la escuchaban hilando; cerca de ellas estaba acostado un pequeño cordero y detrás dormía una tórtola en su caña con la cabeza debajo del ala.
Una noche, cuando estaban hablando con la mayor tranquilidad, llamaron a la puerta.
-Rosaroja -dijo la madre- ve a abrir corriendo, pues sin duda será algún viajero extraviado que buscará asilo por esta noche.
Rosaroja fue a descorrer el cerrojo y esperaba ver entrar algún pobre, cuando asomó un oso su gran cabeza negra por la puerta entreabierta. Rosaroja echó a correr dando gritos, el cordero comenzó a balar, la paloma revoloteaba por todo el cuarto y Blancanieves corrió a esconderse detrás de la cama de su madre. Pero el oso les dijo:
-No teman, no les haré daño; sólo les pido permiso para calentarme un poco, pues estoy medio helado.
-Acércate al fuego, pobre oso -contestó la madre- pero ten cuidado de no quemarte la piel.
Después llamó a sus hijas de esta manera:
-Blancanieves, Rosaroja, vengan; el oso no les hará daño, tiene buenas intenciones.
Entonces vinieron las dos hermanas, y se acercaron también poco a poco el cordero y la tórtola y olvidaron su temor.
-Hijas -les dijo el oso- ¿quieren sacudir la nieve que ha caído encima de mis espaldas?
Las niñas cogieron entonces la escoba y le barrieron toda la piel; después se extendió delante de la lumbre manifestando con sus gruñidos que estaba contento y satisfecho. No tardaron en tranquilizarse por completo; y aún en jugar con este inesperado huésped. Le tiraban del pelo, se subían encima de su espalda, le echaban a rodar por el cuarto, y cuando gruñía, comenzaban a reír. El oso las dejaba hacer cuanto querían, pero cuando veía que sus juegos iban demasiado lejos, les decía:
-Déjenme vivir, no vayan a matar al pretendiente de ustedes.
Cuando fueron a acostarse, le dijo la madre:
-Quédate ahí; pasa la noche delante de la lumbre, pues por lo menos estarás al abrigo del frío y del mal tiempo.
Las niñas le abrieron las puertas a la aurora, y él se fue al bosque trotando sobre la nieve. Desde aquel día, volvía todas las noches a la misma hora, se extendía delante de la lumbre y las niñas jugaban con él todo lo que querían, habiendo llegado a acostumbrarse de tal modo a su presencia, que nunca echaban el cerrojo a la puerta hasta que él venía.
En la primavera, en cuanto comenzó a nacer el verde, dijo el oso a Blancanieves:
-Me marcho, y no volveré en todo el verano.
-¿Dónde vas, querido oso? -le preguntó Blancanieves.
-Voy al bosque, tengo que cuidar de mis tesoros, porque no me los roben los malvados enanos. Por el invierno, cuando la tierra está helada, se ven obligados a permanecer en sus agujeros sin poder abrirse paso; pero ahora que el sol ha calentado ya la tierra, van a salir al merodeo; lo que cogen y ocultan en sus agujeros no vuelve a ver la luz con facilidad.
Blancanieves sintió mucho la partida del oso, cuando le abrió la puerta se desolló un poco al pasar con el pestillo, y creyó haber visto brillar oro bajo su piel, más no estaba segura de ello. El oso partió con la mayor celeridad, y desapareció bien pronto entre los árboles.
Algún tiempo después, envió la madre a sus hijas a recoger madera seca al bosque, vieron un árbol muy grande en el suelo, y una cosa que corría por entre la hierba alrededor del tronco, sin que se pudiera distinguir bien lo que era. Al acercarse distinguieron un pequeño enano, con la cara vieja y arrugada y una barba blanca de una vara de largo. Se le había enganchado la barba en una hendidura del árbol, y el enano saltaba como un perrillo atado con una cuerda que no puede romper; fijó
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