Educar Es Enseñar cómo Pensar
YuryMariel20 de Febrero de 2014
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Educar es enseñar cómo pensar con
amplitud, a saber cómo tomar decisiones
por sí mismo, cómo participar en el
proceso de cambiar la sociedad. Educar es enseñar cómo pensar con
amplitud, a saber cómo tomar decisiones
por sí mismo, cómo participar en el
proceso de cambiar la sociedad.
La educación no es una realidad universal y etérea que prescinde de la historia y del ámbito donde se realiza, como de aspectos que no le afecten de ninguna manera. Todo lo contrario. Quizás pocas profesiones y vocaciones están tan sometidas a lo concreto de las circunstancias en las que se desarrollan. Y aunque pueda existir una filosofía profunda de lo que es en su verdad más íntima la vocación del educador, lo contingente de la historia y de las personas a las que se imparte la actividad pedagógica hacen de la educación algo delicado que ha de ser circunscrito en un marco concreto que dé razón de su ser y de su valor. El maestro de sus escuelas ha de llegar a ser un idóneo cooperador de la verdad, y en orden a ese fin le va a exigir vida interior ejemplar, erudición suficiente, cualidades pedagógicas importantes y el conocimiento de eficaces métodos pedagógicos. Claro que para dibujar la figura del maestro calasancio hay que preguntarse por las cualidades que ha de tener para que sea un auténtico cooperador de la verdad.
b.
Calasanz se preocupaba del maestro en toda su realidad personal, desde la estructura física a la constitución síquica, y eso sin duda porque la experiencia le había enseñado que ciertos tipos de caracteres son educadores por naturaleza, mientras que es mejor que otros no aborden nunca la tarea de la enseñanza porque podrían causar más mal que bien. De un modo general, deseaba “óptimos” educadores, aunque por este motivo tuvieran que ser menos; y es que estaba convencido, y lo repetía a diestro y siniestro, que “es mejor ser pocos y buenos que muchos imperfectos”70; por eso, no quería aceptar personas “que no saben lo que es conveniente que sepan”71. Se mostró siempre exigente en la admisión de quienes se tenían que dedicar a la educación de los pobres.
quería que los niños estuvieran preparados para la vida, capaces de ganarse honestamente el pan de cada día, y fueran verdadero y amantes hijos de la Iglesia, ideó y luchó por un maestro que trabajara y se preparara seriamente en el campo de la piedad y de las letras.
Debe tener cualidades humanas en su personalidad que le permitan ejercer el ministerio; debe tener también una seria formación humana y cristiana y estar «curado» para poder «curar»: es decir, debe recorrer el camino de la verdad, la liberación y la «Piedad» o amor verdadero, del que hemos hablado.
Y debiera tener una profunda experiencia de fe:
que le ayude a realizar su misión siendo signo del amor concreto del Padre ante el alumno, en la acogida, la escucha, la benevolencia, el desvelo, la dedicación, el perdón, la sencillez...
que conozca cada vez más a Jesucristo y experimente la identificación progresiva con Él para poder así acompañar al alumno en su camino de encuentro con Jesús;
que sepa estar atento y escuchar en sí mismo y en los signos de los tiempos la voz del Espíritu, para así poder discernirla en el interior del niño.
Porque Calasanz compara el oficio del «Cooperador de la Verdad» con el de los ángeles custodios, comparación de la que podemos deducir no sólo la importancia de la misión, sino también el papel de mediadores -no protagonistas- entre Dios y el niño, que nos obliga a estar a la escucha, a respetar en profundidad a uno y otro, a estar al lado del niño con gran cariño y prudencia... y paciencia.
No decimos muchos más: nos remitimos al cuaderno sobre la espiritualidad (nº 13) y al documento sobre el ministerio que citamos al final de este
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