Cuento UNA VIDA DE RATAS
Enviado por sanjokis • 12 de Febrero de 2019 • Apuntes • 3.976 Palabras (16 Páginas) • 136 Visitas
UNA VIDA DE RATAS
Lo único que veo es una ventana, y la lluvia cayendo sobre el cristal. Aún de mañana, aún de un azul claro. Sentado frente a esta máquina de escribir, con una hoja en blanco. Y el reloj marcándome la soledad. Empiezo a escribir, pero no soy quien escribe, es alguien más, quizás otro –yo-, el que se está metiendo en mis dedos y escribe.
Se crea a sí mismo, sentado en una casa vacía. Detalla un suelo de madera limpio, paredes blancas, y un aplastante silencio. Al brillo naranja entrarse por la ventana abierta y a su corazón marchando lento. La máquina continúa escribiendo, mis dedos se mueven agresivamente, aparece la tinta negra entre la hoja en blanco detallando un extraño ruido que surge de la cocina; una cocina sin vajilla, sin mesas, sin sillas, vacía. Surge el chillido, como de una…rata. El que se levanta del suelo, es un niño, que camina hacia la cocina con curiosidad. Escribe que su corazón se agita conmocionado por lo desconocido, y llega a la cocina y ve lo que suponía: una rata.
Se asusta y su boca inhala un aire que espanta con estrépito a la rata y la hace huir. Una rata enorme, de patas y uñas largas. Dientes amarillentos, de pelo café y grasoso…corretea por la casa. Se esconde en cualquier lugar, pero el niño la persigue, la acorrala, su cuerpo la quiere matar, pero su mente no, pero insiste en seguir al cuerpo, se lanza al suelo mientras la rata se escabulle y la toma por su cola larga, tan delgada…y la atrapa. Sostiene su cuerpo en sus manos y la rata empieza a chillar, a rasparle la piel con sus garras, a intentar morderlo. El niño no sabe qué hacer con tal animal en sus manos, y se estremece al tenerla por más tiempo entre sus dedos. Ve la ventana abierta, y mira la rata, y calcula cuan alto está y sabe que es suficiente para que no quede viva. Y camina con rapidez hacia la ventana, y expone la rata al cielo, a la calle, al viento, al atardecer, a los vecinos curiosos que están siempre en las ventanas observando. La rata se sacude con más fuerza, no por querer soltarse, sino por querer vivir, sabe su destino, siempre el vacío bajo ella. Sabe que el único modo de vivir es con ese niño, y sacudirse es una forma estúpida para que la libere. Pero el niño la suelta, y la rata se revuelve en el aire, sin chillar, y tras varios segundos, cae destripada al suelo, exponiendo ahora un rojo oscuro que sale de su cabeza. Desde el quinto piso el niño ve lo que ha hecho, y se limpia sus manos en el pantalón, cierra la ventana e incluso la cortina blanca, y se sienta de nuevo en el suelo.
La máquina de escribir se ha detenido, los dedos dejaron de moverse, y entonces cambié la hoja, y como si se tratara de una fuerza que me manipulara como un juguete, me controla los dedos y empieza a escribir. Haciendo tic, tic. Y el reloj tic tac, y después…un tin, y corro la hoja al comienzo y los dedos teclean. No sé lo que pasa pero dejaré que pase.
El niño pensaba y pensaba lo que había hecho. Pero ya no había tiempo de arrepentirse, estaba muerta, por fin lo había hecho sudar, enojarse por brevedad de segundos, hasta que no la tuviera en sus manos, y el haberlo hecho, debió hacerlo sentir quizás orgulloso, pero una ira incontrolada hizo que la arrojara por la ventana para que muriera. Y ahora se siente culpable, como si en algún momento vinieran por él, lo persiguieran para matarlo, o se siente muerto ya. Matar a alguien es como matarte a ti mismo, o a una parte de ti, y él mató su odio, entonces, fue quizás algo bueno hacerlo. Ahora, ¿qué mataría su aburrimiento, su arrepentimiento, o su soledad? ¿Otra rata? Sí. Después de un silencio absorto, después de la muerte. Llegó otro, varios chillidos, pero no venían de la cocina, venían de la habitación, hacían un eco lejano, como si se tratara de otro mundo, y por eso, aunque el niño se agitara pensando que se tratara de fantasmas, se levantó del suelo y fue a la habitación, se armó de valentía y caminó con paso firme, como si el ruido de sus zapatos contra la madera apaciguara su miedo, o espantara lo que hubiera en la habitación. Entró y los chillidos se hacían más fuertes, mientras más pasos daba. La habitación estaba igual que todo, vacía. Sin nada de camas, ni roperos, ni siquiera juguetes. No, ¡Juguetes no! Este niño nunca tuvo juguetes.
La luz era escasa y el niño no podía ver con claridad qué era, sentía el ruido a sus pies, entonces, se arrodilló y buscó con sus manos, tocó algo, que al principio parecía liso, como una piel muy suave, pero luego tocó unos bigotes, y se asustó. ¿Más ratas? Siguió tocando, y encontró lo que provocaba el chillido, se trataba de algo liviano, pues no le costó cargarla en su mano y salir de la habitación para sacarla a la luz. Mientras la luz iluminaba de a poco lo que tenía en su mano, sentía miedo. Pequeños bigotes, unos dientes pequeños y blancos, una piel rosada, ojos cerrados. Una cría de rata.
Mis dedos se han detenido de nuevo, y entonces cuando busco una hoja, no la encuentro, y me levantó de la mesa…
He encontrado varias hojas, para que no me molestes más. Y acabes de una vez. Por cierto, espero que esto no termine.
El niño se asombra, incluso parece que se le humedecen los ojos, se arrodilla y deja a la cría en el suelo, tan desdichada, tan inocente. Chillando. Como si siguiera su madre viva, ahora el niño recuerda que antes de lanzar a la rata por la ventana, sintió las ubres en sus manos, si se hubiera percatado a tiempo, sabría que era una hembra, y que tenía hijos, y quizás la habría dejado vivir…pero no. Ya estaba hecho el crimen.
Frente a la cría, el niño empezó a llorar, a cubrir su cara con sus manos. Pero sucedió algo extraño: que no se podía entender por qué, o quizás sí. El niño pedía por su madre, gemía, sollozaba diciendo que extrañaba a su madre, que le hacía falta. El por qué cambió, por qué se fue. Y la cría chillaba…y nadie respondía.
El llanto duró mucho más que tres minutos, y luego un silencio. El niño y la ratica dejaron de chillar. El primero, porque quizás se quedaría sin aire, se cansaría, o se daría por vencido ya que nadie llegaría a su llamado, pero el segundo, porque había muerto de hambre, en ese suelo frío, sin piedad.
El niño se dio cuenta de que había muerto la pequeña criatura, y no quiso ni tocarla. Se quedó solo en medio de la habitación oscura mirando hacia la muerte del lado iluminado. Llevó sus rodillas a su pecho y reposó su cabeza entre ellas.
Se quedó ahí más tiempo, sin levantar la cabeza, pensando en la vida, en su vida, y en que estaba llena de muertos. Luego, escuchó otro ruido que no venía de la casa, venía desde afuera, más allá de la puerta de la casa alguien subía las escaleras, levantó la cabeza, se levantó del suelo, saltó por encima del cadáver y corrió hacia la puerta. Antes de que abrieran, él abrió. Y se encontró de golpe con su padre.
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