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El antropólogo Clifford Geertz


Enviado por   •  12 de Septiembre de 2013  •  Monografía  •  6.185 Palabras (25 Páginas)  •  392 Visitas

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Desde hace años, desde hace un par de décadas al menos, el antropólogo Clifford Geertz es muy conocido entre el público culto y entre destinatarios muy distintos: su influencia y su reputación parecen agigantarse justificadamente y sus usos se multiplican. Su caso sería semejante al que él atribuye a Thomas S. Kuhn: ha tenido que sobrevivir a los efectos posteriores de un terremoto a cuyo temblor original ha contribuido él mismo. Que la audiencia de Geertz sea amplia no es un logro menor ni objetable, como tantos académicos suelen pensar. Llegar a un público vasto es una auténtica proeza porque también es creciente el número de los lectores inquietos y cultivados que saben oponer resistencia a la avalancha de los libros, individuos que no se dejan impresionar fácilmente por los reclamos de la industria cultural. Se edita mucho, un volumen desplaza a otro volumen y la publicidad multiplica la suma de las obras aparentemente maestras o decisivas. Decir de Geertz, como rezan los paratextos editoriales, que es “el antropólogo norteamericano más relevante de las últimas décadas” o que es “uno de los antropólogos más influyentes de nuestro tiempo” puede parecer hiperbólico, otra exageración más que añadir a lista de reclamos mercantiles. Y, sin embargo, no es así y su celebridad y ese dictamen están perfectamente justificados.

Se le cita como exponente, como interlocutor privilegiado o como inspirador del giro interpretativo de las ciencias sociales, como portavoz reciente de la Verstehen; se comentan sus obras subrayando su condición interdisciplinaria o transdisciplinaria, obras confeccionadas a partir de un patrimonio cultural vasto y variado, un repertorio de fuentes plurales que se dan cita en sus textos con toda fertilidad; se admira su prosa, tan brillante, tan elaborada aunque aparentemente desenvuelta, tan poblada de metáforas con las que ilustrar ideas, intuiciones, logros del pensamiento; se mencionan con frecuencia algunos de sus hallazgos más afortunados, la descripción densa o los géneros confusos, fórmulas que se emplean para fines diversos y en disciplinas distantes; se toman ciertos casos estudiados por el antropólogo, su análisis sobre las peleas de gallos en Bali, por ejemplo, como fuente explícita, más o menos remota, de los estudios microanalíticos que han proliferado, como muestra en la que inspirarse para tratar la dramaturgia cotidiana de los actores sociales. Andando el tiempo y como consecuencia de ese éxito intelectual, a Geertz lo han convertido en referente ineludible, en autor justificadamente decisivo, entrevistado aquí y allá y reclamado para dar opiniones, para pronunciarse, para conferenciar. Se interesan por él, por sus obras y por sus ideas, no sólo quienes comparten su misma disciplina, sino también esa vasta comunidad de lectores a la que aludíamos, muchos de ellos ajenos en principio al quehacer del etnólogo, pero motivados por su particular modo de decir y de tratar las cosas, cosas a la vez universales y concretas, propias de los seres humanos y características de ciertos pueblos. Pongamos sólo dos casos, geográfica y cronológicamente distantes, que nos sirvan de indicio suficiente, que nos muestren un par de ejemplos de esa fortuna académica alcanzada más allá de la antropología. El primero hace referencia a los historiadores y a la influencia temprana que este etnólogo habría empezado a tener entre aquéllos, según un diagnóstico italiano hecho en los ochenta; el segundo lo tomamos de un diccionario norteamericano de estudios culturales de los noventa.

Angelo Torre, en un ensayo titulado “Antropologia sociale e ricerca storica”, publicado en un volumen colectivo editado en 1987 por Pietro Rossi y titulado La storiografia contemporanea. Indirizzi e problemi señalaba el peso creciente de la etnología entre los historiadores. El asunto es conocido: superada la fase de influencia de la economía y de la sociología, serían ciertos antropólogos quienes resultarían más apreciados. Primero habría sido Claude Lévi-Strauss, autor decisivo para los historiadores estructurales, ocupados de abordar fenómenos propios de la longue durée. El peso del modelo instituido por Fernand Braudel habría convertido a su viejo amigo y colega en referente con el que polemizar. La crisis de las investigaciones estructurales, el nuevo aprecio dispensado a la dimensión micro, el relieve dado a la acción de los actores, la pregunta acerca del significado habrían acercado a los historiadores a Clifford Geertz. Al margen de sus usos, aparte de su modo de empleo, lo cierto es que fueron Natalie Zemon Davis o Robert Darnton quienes primero se aproximaron a las maneras y a las nociones del antropólogo. Sus investigaciones sobre la religión católica como sistema de significados o sus estudios sobre la lógica expresiva de prácticas culturales del pasado aparentemente irracionales sería ejemplos de dicha influencia. Estamos hablando de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta. El otro caso que quería proponer como noticia de la fortuna académica lograda por Geertz lo tomo nuevamente de un volumen colectivo: A Dictionary of Cultural and Critical Theory, una obra de consulta editada en 1997, es decir, diez años después del libro italiano, una obra que rebasa las fronteras de la antropología y que presenta voces propias de los estudios culturales. Michael Payne, que es su responsable, hace un atinada introducción en donde detalla los autores básicos precisando las nociones de cultura. Así, en buena medida, ese texto inicial serviría para aludir con algún pormenor a esos contemporáneos esenciales que habrían devenido fuente o estímulo de dichos estudios. Junto a Raymond Williams, E.P. Thompson o Michel Foucault, entre otros, destaca la labor y la presencia de Clifford Geertz, nombre clave y decisivo en la difusión de un concepto semiótico de cultura. Si dicho antropólogo, anota Payne, resulta tan influyente es por haber concebido la acción humana en el seno de redes complejas de significación, una idea que desarrollaría intuiciones explícitamente weberianas. Etcétera, etcétera. Los casos citados no son suficientes, son externos al autor y a la obra y, por tanto, deberemos ahondar en el propio Geertz, en su contribución textual interrogándonos por qué tantos lo leen, qué encuentran en su manera de decir las cosas y qué objetos tratados y de qué modo son los que tanto interés despiertan.

Las posibilidades de acceso y de análisis son múltiples, dependiendo del comentarista y de los libros, dependiendo de la autoridad que se conceda a quien ahora escribe y del tipo de volumen que aborde. Vayamos a lo primero. Soy historiador y cometo la imprudencia de hablar de un antropólogo, lo cual no es la primera vez que sucede. No es obvio que esto tenga que ser así, que haya que aproximarse a la etnología esperando de ella

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