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Psicologia Especial


Enviado por   •  9 de Mayo de 2012  •  1.792 Palabras (8 Páginas)  •  871 Visitas

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Querer es poder.

I

Don Basilio, ¡toque V. la corneta, y bailaremos! Debajo de estos árboles no hace calor...

--Sí, sí..., D. Basilio: ¡toque V. la corneta de llaves!

--¡Traedle a D. Basilio la corneta en que se está enseñando Joaquín!

--¡Poco vale!...--¿La tocará V., D. Basilio?

--¡No!

--¿Cómo que no?

--¡Que no!

--¿Por qué?

--Porque no sé.

--¡Que no sabe!...--¡Habrá hipócrita igual!

--Sin duda quiere que le regalemos el oído...

--¡Vamos! ¡Ya sabemos que ha sido V. músico mayor de infantería!...

--Y que nadie ha tocado la corneta de llaves como V...

--Y que lo oyeron en Palacio..., en tiempos de Espartero...

--Y que tiene V. una pensión....

--¡Vaya,[14-9] D. Basilio! ¡Apiádese V.!

--Pues, señor.... ¡Es verdad! He tocado la corneta de llaves; he sido una... una _especialidad_, como dicen ustedes ahora...; pero también es cierto que hace dos años regalé mi corneta a un pobre músico licenciado, y que desde entonces no he vuelto... ni a tararear.

--¡Qué lástima!

--¡Otro Rossini!

--¡Oh! ¡Pues lo que es esta tarde, ha de tocar usted!...

--Aquí, en el campo, todo es permitido....

--¡Recuerde V. que es mi día, papá abuelo!...

--¡Viva! ¡Viva! ¡Ya está aquí la corneta!

--Sí, ¡que toque!

--Un vals....

--No..., ¡una polca!...

--¡Polca!... ¡Quita allá! ¡Un fandango!

--Sí..., sí..., ¡fandango! ¡Baile nacional!

--Lo siento mucho, hijos míos; pero no me es posible tocar la corneta.

--¡Usted, tan amable!...

--Tan complaciente...

--¡Se lo suplica a V. su nietecito!...

--Y su sobrina....

--¡Dejadme, por Dios!--He dicho que no toco.

--¿Por qué?

--Porque no me acuerdo; y porque, además, he jurado no volver a aprender....

--¿A quién se lo ha jurado?

--¡A mí mismo, a un muerto, y a tu pobre madre, hija mía!

Todos los semblantes se entristecieron súbitamente al escuchar estas palabras.

--¡Oh!... ¡Si supierais a qué costa aprendí a tocar la corneta!...--añadió el viejo.

--¡La historia! ¡La historia! (exclamaron los jóvenes.) Contadnos esa historia.

--En efecto.... (dijo D. Basilio.)--Es toda una historia. Escuchadla, y vosotros juzgaréis si puedo o no puedo tocar la corneta....

Y sentándose bajo un árbol rodeado de unos curiosos y afables adolescentes, contó la historia de sus lecciones de música.

No de otro modo, _Mazzepa_, el héroe de Byron, contó una noche a Carlos XII, debajo de otro árbol, la terrible historia de sus lecciones de equitación.

Oigamos a D. Basilio.

II

Hace diez y siete años que ardía en España la guerra civil.

Carlos e Isabel se disputaban la corona, y los españoles, divididos en dos bandos, derramaban su sangre en lucha fratricida.

Tenía yo un amigo, llamado Ramón Gámez, teniente de cazadores de mi mismo batallón, el hombre más cabal que he conocido. Nos habíamos educado juntos; juntos salimos del colegio; juntos peleamos mil veces, y juntos deseábamos morir por la libertad. ¡Oh! ¡Estoy por decir que él era más liberal que yo y que todo el ejército!...

Pero he aquí que cierta injusticia cometida por nuestro Jefe en daño de Ramón; uno de esos abusos de autoridad que disgustan de la más honrosa carrera; una arbitrariedad, en fin, hizo desear al Teniente de cazadores abandonar las filas de sus hermanos, al amigo dejar al amigo, al liberal pasarse a la facción, al subordinado matar a su Teniente Coronel.... ¡Buenos humos tenía Ramón para aguantar insultos e injusticias ni al lucero del alba!

Ni mis amenazas, ni mis ruegos, bastaron a disuadirle de su propósito. ¡Era cosa resuelta! ¡Cambiaría el morrión por la boina, odiando como odiaba mortalmente a los facciosos!

A la sazón nos hallábamos en el Principado, a tres leguas del enemigo.

Era la noche en que Ramón debía desertar, noche lluviosa y fría, melancólica y triste, víspera de una batalla.

A eso de las doce entró Ramón en mi alojamiento.

Yo dormía.

--Basilio....--murmuró a mi oído.

--¿Quién es?

--Soy yo.--¡Adiós!

--¿Te vas ya?

--Sí; adiós.

Y me cogió una mano.

--Oye... (continuó); si mañana hay, como se cree, una batalla, y nos encontramos en ella....

--Ya lo sé: somos amigos.

--Bien; nos damos un abrazo, y nos batimos en seguida.

--¡Yo moriré mañana regularmente, pues pienso atropellar por todo hasta que mate al Teniente Coronel! En cuanto a ti, Basilio, no te expongas... La gloria es humo.

--¿Y la vida?

--Dices bien: hazte comandante... (exclamó Ramón.) La paga no es humo..., sino después que uno se la ha fumado.... ¡Ay! ¡Todo eso acabó para mí!

--¡Qué tristes ideas! (dije yo no sin susto.) Mañana sobreviviremos los dos a la batalla.

--Pues emplacémonos para después de ella...

--¿Dónde?

--En la ermita de San Nicolás, a la una de la noche.--El que no asista, será porque haya muerto.--¿Quedamos conformes?

--Conformes.

--Entonces.... ¡Adiós!...

--Adiós.

Así dijimos; y después de abrazarnos tiernamente, Ramón desapareció en las sombras nocturnas.

III

Como esperábamos, los facciosos nos atacaron al siguiente día.

La acción fué muy sangrienta, y duró desde las tres de la tarde hasta el anochecer.

A cosa de las cinco, mi batallón fué rudamente acometido por una fuerza de alaveses que mandaba Ramón.

¡Ramón llevaba ya las insignias de Comandante y la boina blanca de carlista!...

Yo mandé hacer fuego contra Ramón, y Ramón contra mí: es decir, que su gente y mi batallón lucharon cuerpo a cuerpo.

Nosotros quedamos vencedores, y Ramón tuvo que huir con los muy mermados restos de sus alaveses; pero no sin que antes hubiera dado muerte por sí mismo, de un pistoletazo, al que la víspera era su Teniente Coronel; el cual en vano procuró defenderse de aquella furia.

A las seis la acción se nos volvió desfavorable, y parte de mi pobre compañía y yo fuimos cortados y obligados a rendirnos....

Condujéronme, pues, prisionero a la pequeña villa de..., ocupada por los carlistas desde los comienzos de aquella campaña, y donde era de suponer

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