¡ojala No Hubieran Numeros!
Enviado por • 28 de Abril de 2015 • 3.463 Palabras (14 Páginas) • 173 Visitas
¡Ojalá no hubiera números! Autor : Esteban Serrano Marugán Cuenta…cuentos Editorial NIVOLA Arturo es un chiquillo como tú. Por la mañana va al colegio y luego come macarrones y luego vuelve a la escuela y asíá muchos días, como tú y como tu amiga. Por la tarde, si hay deberes, estudia un poquito y después a divertirse, se come un bocadillo de jamón (de color rosa, no de ese que es rojo oscuro) y juega con Nacho y con Javier, con Elena y con María. Cena con sus padres y con Daniel, su hermano pequeño, al que no le gusta la leche y que se infla de yogures. Ya se hace de noche, se lava los dientes y se prepara para irse a dormir. ¡Qué sueño! Hablad bajito, que Arturo se está durmiendo. Arturo siempre estáá alegre. Cuando se ríe, contagia a todos los demás, si le vierais cuando le da un ataque de risa…, aunque os tapéis la boca empezaríais a reíros porque, ya lo he dicho, las carcajadas de Arturo son contagiosas. Ja, ja, jo, jo, jo, ¿lo veis?, ya me río con sólo pensarlo. ¡Ay, qué risa!. Hay niños y niñas a los que les encanta jugar al fútbol; a Pedro le chifla ver dibujos animados; Marisa disfruta pintando con su caja de colores; Ruth y Nacho se pasan todo el día hablando de fantasmas y de casas encantadas con ruidos de miedo; Paloma siempre está pensativa… como en la Luna, y si la tocas por la espalda, da un respingo. ¿Y a Arturo?. Pg. 1 A Arturo le gusta leer. Cuentos con dibujos, historias de niños traviesos, aventuras con cocodrilos y una serpiente venenosa, poesías y tebeos, libros grandes y pequeños…todos…todo…si algo tiene letras, Arturo se lo lee. Sus amigos le llaman Arturo Comelibros y entonces Arturo se pone a reír y ¡hala!, la epidemia, todos a troncharse. Una tarde, cuando Arturo llegóá a casa, antes de jugar con los amigos, tenía deberes que hacer. Le tocaba matemáticas, o sea, mates, como dicen todos sus compañeros. Arturo no entendía muy bien lo de los números, áreas y ecuaciones, y aunque era la asignatura que peor se le daba, no dejaba de estudiarla. Su madre siempre le decía: “túá estudia, hijo, ya verás como asíá acabarás por comprender las matemáticas” y Arturo la miraba con cara pesimista mientras pensaba: “es imposible que yo entienda todo este lío de números”. Además, Arturo no se llevaba demasiado bien con don Lucas, su profesor de matemáticas; éste le repetía una y otra vez: “Con las buenas notas que sacas en el resto de asignaturas, no sé cómo te cuestan tanto las matemáticas. Eres un poco vaguillo”. Bueno, había dicho que Arturo se disponía a hacer sus deberes. Era una suma de dos números muy largos, y si no me creéis, aquíá estáá la operación: 3 5 6 7 8 9 5 + 1 2 9 7 6 3 7 Pg. 2 ¿Qué?, ¿es larga o no es larga?. Arturo sacó su lápiz del estuche, miró si tenía punta y puso cara de científico pensativo mientras razonaba de esta manera, hablando entre susurros: A ver, cinco más siete son doce y me llevo una, pongo un dos y sigo, una que me llevo y nueve son diez y tres son trece y me llevo tres, ahora sumo ocho con las que me llevaba que eran, ¡no!, me llevaba ocho, ¡agh!. Se confundió y se enfadó. Arturo murmuró: ¡Ojalá no hubiera números!. Lanzóá el lápiz sobre la hoja, borróá lo que había escrito y ya se disponía a volver a comenzar…pero eso ya no nos interesa. Cuando Arturo exclamó: ¡ ojalá no hubiera números !, lo hizo en voz baja, pero aunque él creía que nadie le podía oír, estaba muy confundido: siempre hay alguien escuchando y entonces pueden ocurrir muchas cosas, ¡hay que tener cuidado con lo que se dice!. “¡Ojalá no hubiera números!” fue la frase fatídica que se le escapó. Pg. 3 ¿Y sabéis quién oyó esa exclamación? ¡Qué malísima suerte! Fue el rey de las matemáticas quien escuchóá ese insulto a los números. Y esa tarde el rey estaba muy enfadado porque había visto cosas terribles: en un examen, un niño puso que un triángulo tenía cuatro lados; un señor con bigote buscaba una calculadora para dividir doce entre cuatro; Sara escribió que un kilómetro era igual a diez metros; escuchó a veintinueve niños que dijeron que odiaban las matemáticas. Y esa tarde, Pitágoras V, que así se llamaba el rey de las matemáticas, tomó la determinación más importante de su vida, y además fue Arturo el culpable de todo. En un lugar que nadie conoce, Pitágoras V reunióá a todos sus ministros y ayudantes, y éstos sabían que algo grave había ocurrido porque el rey daba tantos gritos que hasta las circunferencias se asustaron. Alrededor de la gran mesa pentagonal se sentóá un grupo de extraños personajes con aspecto de haber salido de un libro de matemáticas. Además no paraban de moverse, como si les hubiera picado una avispa: uno con forma de rectángulo se convertía en trapecio y luego en rombo; una bisectriz se transformó en mediatriz; un quince se volvió un cincuenta y uno; y así con todos. Tenían unos nombres un poco raros: Pitágoras V presidía, y luego estaban Numerón, Rectol, Multiplicón, Diámetra y Radia, Negativorio, Pg. 4 Triangulín, Ángula, Rombín, Diagonol, Decimalina y otros muchos más, así hasta llegar a veinticinco, ¡claro!, cinco en cada lado de la mesa. Pitágoras V se levantó y habló despacio, alto y claro: Os he convocado para comunicaros una decisión muy importante que quiero tomar. Hace ya algún tiempo que en la Tierra están atacando a las matemáticas, ¿quéá os
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