La esencia del diálogo: escucha, palabra y silencios
Enviado por karicumo • 16 de Octubre de 2012 • 2.708 Palabras (11 Páginas) • 545 Visitas
Saber escucha
La esencia del diálogo: escucha, palabra y silencios
El milagro del diálogo lo produce la acertada combinación de estos tres
elementos: escucha atenta, habla adecuada, oportunos silencios. En un
diálogo equilibrado y maduro, ninguno de estos tres elementos es más importante
que el otro y los tres son igualmente necesarios.
Hay una máxima oriental que dice: «Nadie pone más en evidencia su
torpeza y mala crianza, que el que empieza a hablar antes de que su
interlocutor haya concluido».
Saber hablar es un arte que implica, a su vez, saber escuchar. Saber
articular adecuadamente la palabra y estar atento a la que el interlocutor
pronuncia, es un ejercicio que exige esfuerzo, sensibilidad y sabiduría del
corazón.
El arte de saber escuchar
Escuchar no es lo mismo que oír. Al cabo del día se oyen muchas cosas,
pero se escucha poco, apenas prestamos atención a lo que dicen los demás,
olvidando que la atenta y amable escucha es la base del genuino diálogo. Sin
capacidad de escucha, de atención al otro, el diálogo queda bloqueado. Si
todos queremos hablar a la vez y nadie escucha las razones del otro, no hay
diálogo, solamente «monólogos yuxtapuestos» estériles y hasta ridículos.
Únicamente cuando uno es capaz de escuchar al otro, abre la puerta
para que el interlocutor pueda comunicarse con él. Y precisamente esta
intercomunicación, hecha de escucha respetuosa y de habla adecuada, es la
esencia del diálogo.
El justo equilibrio entre saber escuchar y saber hablar produce el milagro
del diálogo. Y de verdad el diálogo es un milagro de armonía, de respeto y de
sinceridad que posibilita la convivencia pacífica.
Si dialogáramos más y mejor, nuestra sociedad cambiaría radicalmente y
poco a poco iría adquiriendo un rostro más humano.
Nuestra sociedad, hoy, presenta un aspecto hosco y crispado porque en
ella falla el diálogo. El problema generacional, por ejemplo, se agudiza porque
en ambas partes (padres, hijos) hay poca capacidad de escucha.
Creceremos en humanidad en la medida en que sepamos dialogar y
convivir en paz, trabajando juntos en la construcción del bien común.
Es cierto que a veces hay personas que no hablan porque no saben qué
decir o porque resulta más cómodo no decir nada. Pero hoy día el defecto
más generalizado es precisamente el contrario: la inflación de palabras, la
«incontinencia verbal» de las personas que siempre hablan y nunca escuchan.
Extraña enfermedad que consiste en no escuchar y sólo hablar, hablar por
vicio, sin atender por dónde va la conversación e interrumpiendo no pocas
veces la palabra del otro. Es una especie de patología psicológica que pone
muy nervioso al interlocutor.
El diálogo exige una actitud silenciosa de escucha atenta. El escritor
francés Joseph Joubert afirma: «Si queréis hablar a alguien, empezad por abrir
los oídos». Solo una actitud de escucha atenta hace fecunda la palabra que
podemos brindar a nuestro interlocutor. Es difícil poder decir algo válido al que
dialoga con nosotros si antes no abrimos de par en par nuestros oídos para
escucharle.
Saber escuchar, hoy, es más importante que saber hablar. Exige dominio
de uno mismo. Es un arte y un gesto de sabiduría. Es verdad que el diálogo
está hecho de palabra y de escucha, pero lo que más suele fallar es la
escucha. Escuchar es una actitud difícil porque implica atención al
interlocutor, esfuerzo por captar su mensaje y comprensión del mismo.
Los que solo hablan sin escuchar entorpecen el diálogo y se empobrecen
en un monólogo egoísta y fastidioso que no conduce a nada.
Aprende a escuchar. Escucha mucho y habla lo necesario. Si escuchas
atentamente, siempre aprenderás y nunca te arrepentirás de ello. La escucha
es una exquisita deferencia para el que habla contigo.
Si no escuchas y solamente hablas, te conviertes injustamente en el único
centro de la conversación, mutilas el diálogo, no respetas a tu interlocutor y le
impones un sacrificio inmerecido.
El filósofo griego Zenón de Citium, que sentó los principios básicos del
estoicismo según los cuales la mejor vida es la que se halla acorde con la
naturaleza y con el culto de la virtud por la virtud misma, solía decir a sus
discípulos: «Recordad que la naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola
boca, para enseñarnos que vale más escuchar que hablar».
En la vida diaria no solemos seguir la sabia enseñanza de Zenón. Más bien
actuamos en sentido contrario: hablamos mucho y escuchamos poco. Hoy, en
la sociedad de la prisa, de la hiperactividad y del estrés, existe un gran déficit
de escucha atenta y serena. La gente habla y habla, incesantemente. Falla la
capacidad de escucha, la capacidad de atender al otro.
La escucha es una actitud psicológica difícil porque exige olvido de uno
mismo y apertura atenta y gratuita hacia el otro. Escuchar significa dirigir mi
atención hacia el prójimo y entrar en su ámbito de interés y en su marco de
referencia. La escucha, diligentemente practicada, supone una acumulación
progresiva de sabiduría y de enriquecimiento psicológico. Escuchar quiere
decir recibir del otro, después de haberle dado lo mejor de uno mismo: la
atención afectuosa.
El arte de dialogar es difícil porque todos tendemos al monólogo, todos
pretendemos hablar sin escuchar al otro, decir nuestras razones sin importarnos
las de los demás. ¡Cuántos diálogos son monólogos sucesivos, con alguna que
otra tolerada intervención del interlocutor, simplemente para poder tomar aire
y, luego, continuar con nuestro pesado e inoportuno monólogo! Hay personas
que no saben escuchar. Solo hablan. Y cuando parecen escuchar, en
realidad están tomando un respiro para intervenir de nuevo, sin importarles
nada lo que pueda decir su interlocutor. La palabra del otro no interesa, solo la
suya.
Saber escuchar paciente e inteligentemente es un arte e implica un gesto
de gran sabiduría. Además es la mejor manera de colaborar a la felicidad del
otro.
En la civilización de la prisa y del estrés no es frecuente encontrar personas
serenas que sepan escuchar,
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