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Tacto Pedagogico


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2013  •  16.643 Palabras (67 Páginas)  •  337 Visitas

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El tacto pedagógico

Max Van Manen

¿Cómo se manifiesta el tacto pedagógico?

¿Cómo es el tacto pedagógico? ¿Cómo y cuándo funciona? Son preguntas difíciles de responder. No siempre es fácil diferenciar las verdaderas acciones de tacto del comportamiento fingido o artificial que no parece motivado por un interés auténtico en el bienestar de los niños. Ellos sí que normalmente pueden apreciar con bastante exactitud la diferencia entre los profesores que son «verdaderos» y los «falsos» que no están realmente interesados en ellos. El tacto pedagógico se manifiesta principalmente como una orientación consciente en cuanto a la forma de ser y actuar con los niños. No se trata tanto de la manifestación de algunos comportamientos observables como de una posición activa en las relaciones. Aun así, existen varias maneras de describir cómo se manifiesta el tacto en nuestra forma pedagógica de ser y de actuar. En los apartados siguientes se sugiere que el tacto se puede poner en evidencia evitando la intervención, mostrándose abiertos a la experiencia del niño, adaptándose a la subjetividad, como una influencia sutil, como una seguridad situacional y como un don de la improvisación.

El tacto se manifiesta retrasando o evitando la intervención

A veces la mejor forma de actuar es no actuar.

Hacía un par de meses que Cornelia estaba faltando a mi clase. Algunas veces es difícil para el profesor mantenerse abierto y simpático con un estudiante del que sospecha que está haciendo novillos. Un día, casualmente, me encontré a Cornelia con su amiga Melanie en el vestíbulo durante la hora del patio y le pregunte por qué no había ido a clase esa mañana. Me miró de forma inocente y me contestó: «Melanie no se sentía muy bien y he decidido que debía quedarme con ella».

Como profesora me enfadé muchísimo y estuve a punto de responder con un comentario insidioso y de amonestarla con una falta de disciplina. Pero, en lugar de eso, me volví hacia Melanie y le pregunté: «¿Estás bien?». «Sí», me contestó, pero era evidente que le ocurría algo esa mañana. La rodeé con mi brazo y le pregunté si necesitaba ayuda. Melanie volvió a decir que ya estaba bien, pero pude notar que estaba a punto de llorar. Evité hacerle cualquier comentario a Cornelia, y en ese momento sonó el timbre para comenzar la clase siguiente.

Más tarde, cuando ya casi había olvidado el incidente, los alumnos de cuarto curso entraron en clase. Melanie estaba en ese grupo. Cuando pasó a mi lado, mi primera intención fue preguntarle cómo estaba. Pero hubo algo que me hizo contenerme. Observé discretamente cómo se comportaba. Durante la clase que siguió, Melanie se comportó como si no hubiera ocurrido nada, por lo que tuve la corazonada de que debía dejarlo correr y no preguntar más sobre el tema. Es significativo que desde entonces Melanie se ha comportado en mi clase de forma completamente diferente. Antes del incidente solía comportarse de forma áspera, poco participativa y, generalmente, poco comunicativa. Pero desde que demostré mi preocupación por ella, parece como si hubiera surgido entre nosotras una comprensión tácita. Esta nueva actitud ha tenido un efecto positivo en su aprendizaje. Por lo tanto, el tacto incluye una sensibilidad de saber cuándo dejar pasar algo, cuándo evitar hablar, cuándo no intervenir o cuándo hacer como que nonos damos cuenta de algo.

Una forma especial de contenerse es la paciencia, la facultad de esperar una ecuanimidad. De hecho, la paciencia ha sido descrita como una virtud fundamental que todo profesor y todo padre debe poseer.1 La paciencia permite al educador integrar al niño en el curso de las cosas necesario para crecer y aprender. Cuando las expectativas y las metas han alcanzado niveles adecuados, la paciencia nos permite no preocuparnos cuando aquéllas no son alcanzadas todavía porque es necesario más tiempo o porque es necesario seguir intentándolo.

En nuestra cultura occidental, los padres y los profesores suelen estar orgullosos y felices de que sus hijos progresen más allá de lo previsto y de que aprendan cosas mucho antes, y mucho más rápido o mejor que lo que normalmente se prevé. Forma parte de la naturaleza de la infancia que el niño quiera crecer y volverse más independiente. Y forma parte de la naturaleza de la pedagogía que los padres y profesores quieran que el niño crezca, progrese y aprenda. En consecuencia, en lugar de contenerse, el adulto suele a veces empujar y forzar un poco las cosas. Resulta difícil saber cuándo hay que contenerse y esperar. Por ejemplo, los adultos saben que la mayoría de los niños aprenderán a leer con bastante facilidad cuando tengan la edad escolar adecuada. Pero el adulto también sabe que, si se les fuerza un poco, muchos niños pueden ser capaces de leer antes, y que si se les fuerza mucho pueden incluso leer a una edad sorprendentemente temprana. Hay muchas cosas en el desarrollo del niño que no pueden forzarse y para las que se requiere paciencia por parte de los adultos. Pero, como existe la posibilidad de acelerar en cierta medida el ritmo con que los niños aprenden y maduran, es muy tentador acelerar cosas a las que se debería dar su propio tiempo y espacio.

Véase O. F. Bollnow (1989), «The pedagogical atmosphere —the perspective of the child»,Phenomenology and Pedagogy , vol. 7, págs. 47-51.

A veces resulta muy difícil para los adultos contenerse cuando el niño parece no saber cómo hacer algo, cuando la persona joven se equivoca de entrada, o cuando el alumno hace las cosas con una lentitud desesperante. El adulto se suele exasperar y se siente tentado a intervenir, para «ayudar», cuando el niño debería o podría querer resolver la situación por sí mismo. A veces el adulto se ofrece a hacerlo él mismo (« ¡Ven, déjame que te ate los zapatos!»), cuando en realidad el niño debería pensar sobre ello, aprender y practicar. Por supuesto, desde el punto de vista del niño, los adultos siempre tienen prisa. Y el adulto no puede entender cómo el niño parece deambular cuando hay otras muchas cosas importantes que precisan atención. Lo mismo ocurre en la clase. Aunque unos cuantos niños no han acabado de entender o dominar un concepto o una habilidad, el profesor no puede esperar, quiere avanzar, y pone una prueba, con lo que muchos niños aprenderán el significado del fracaso, de hacer mal las cosas y de la falta de autoestima.

El hecho de comprender cuándo hay que contenerse y esperar, cuándo hay que dejar correr las cosas, cuándo hay que esperar, cuándo conviene «no darse cuenta», cuándo dar un paso atrás en lugar de intervenir, cuándo prestar atención o interrumpirla, es un don para el desarrollo personal del niño. Naturalmente, existen situaciones en las que lo correcto e idóneo es actuar

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