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Lo Sagrado Y Lo Profano


Enviado por   •  27 de Octubre de 2013  •  2.785 Palabras (12 Páginas)  •  618 Visitas

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LO SAGRADO Y LO PROFANO (Mircea Eliade)

El hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se manifiesta, porque se muestra como algo diferente por completo a lo profano. Para denominar el acto de estas manifestaciones de lo sagrado se ha propuesto el término de hierofanía, es decir, algo sagrado se nos muestra.

Toda hierofanía constituye una paradoja: al manifestar lo sagrado, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser lo mismo. Para aquellos que tienen una experiencia religiosa, la Naturaleza en su totalidad es susceptible de resolverse como sacralidad cósmica. El Cosmos en su totalidad puede convertirse en una hierofanía. La oposición sacro-profano se traduce a menudo como una oposición entre lo real e irreal.

Lo sagrado y lo profano constituyen dos modalidades de estar en el mundo, dos situaciones existenciales asumidas por el hombre a lo largo de su historia. Los modos de ser sagrado y profano dependen de las diferentes posiciones que el hombre ha conquistado en el Cosmos.

Para el hombre religioso el espacio no es homogéneo. Esta ausencia de homogeneidad espacial se traduce en la experiencia de una oposición entre el espacio sagrado, el único que es real, que existe realmente, y todo el resto, la extensión informe que lo rodea. La manifestación de lo sagrado fundamenta antológicamente el Mundo, y la hierofanía revela un punto fijo absoluto, un centro. El descubrimiento o proyección de un punto fijo –el Centro- equivale a la Creación del Mundo. Por el contrario, para la experiencia profana, el espacio es homogéneo y neutro.

Lo sagrado es lo real por excelencia, y a la vez potencia, eficacia, fuente de vida y de fecundidad.

El deseo del hombre religioso de vivir en lo sagrado equivale, de hecho, a su afán de situarse en la realidad objetiva, de vivir en un mundo real y eficiente y no en una ilusión. Tal comportamiento se evidencia sobre todo en el deseo del hombre religioso de moverse en un mundo santificado, es decir, en un espacio sagrado. El ritual por el cual construye un espacio sagrado es eficiente en la medida que reproduce la obra de los dioses. Lo que caracteriza a las sociedades tradicionales es la oposición que tácitamente establecen entre su territorio habitado y el espacio desconocido e indeterminado que les circunda: el primero es el Mundo, nuestro mundo. De un lado se tiene un Cosmos, del otro un Caos. Pero si todo territorio es un Cosmos, lo es por haber sido consagrado previamente. Nuestro Mundo es un universo en cuyo interior se ha manifestado ya lo sagrado y en el que, por consiguiente, se ha hecho posible y repetible la ruptura de niveles.

La consagración de un territorio equivale a su cosmización, y toda creación tiene un modelo ejemplar: la Creación del Universo por los dioses. Así pues, la cosmización de territorios desconocidos es siempre una consagración: al organizar un espacio, se retira la obra ejemplar de los dioses.

La íntima relación entre cosmización y consagración está ya atestiguada en los niveles elementales de cultura. Instalarse en un territorio viene a ser en última instancia, el consagrarlo.

Por lo demás, el verdadero Mundo se encuentra siempre en el medio, en el Centro, pues allí se da una ruptura de nivel, una comunicación entre las dos zonas cósmicas.

Cualesquiera que sean las dimensiones de su espacio familiar, el hombre de las sociedades tradicionales experimenta la necesidad de existir constantemente en un mundo total y organizado, es decir, en un Cosmos. El Centro es el lugar en el que se efectúa una ruptura de nivel, donde el espacio se hace sagrado, real, por excelencia.

Una creación implica superabundancia de realidad; dicho de otro modo: la irrupción de lo sagrado en el mundo. La creación del mundo se convierte en el arquetipo de todo gesto humano

creador cualquiera que sea su plano de referencia. El simbolismo cósmico del pueblo lo recoge la estructura del santuario o de la casa cultural. Por otra parte, en todas las culturas tradicionales, la habitación comporta un aspecto sagrado y que por eso mismo refleja el mundo.

Se percibe en la estructura misma de la habitación el simbolismo cósmico. La habitación no es un objeto, una “máquina de residir”: es el universo que el hombre construye imitando la Creación ejemplar de los dioses, la cosmogonía.

Toda construcción y toda inauguración de una nueva morada equivalen en cierto modo a un nuevo comienzo, a una nueva vida. Y todo comienzo repite ese comienzo primordial en que el Universo vio la luz por primera vez. La multiplicidad, o infinidad de Centros del Mundo, no causa ninguna dificultad al pensamiento religioso. Pues no se trata del espacio geométrico, sino de un espacio existencial y sagrado que presenta una estructura radicalmente distinta, que es

susceptible de una infinidad de rupturas y, por tanto, de comunicaciones con lo trascendente.

Todos los símbolos y los rituales concernientes a los templos, las ciudades y las cosas derivan, en última instancia, de la experiencia primaria del espacio sagrado. En lo que concierne al Templo debemos decir que es el lugar santo por excelencia, casa de los dioses, el templo resantifica continuamente el Mundo porque lo representa y al propio tiempo lo contiene. En definitiva, gracias al Templo el Mundo se resantifica en su totalidad. Cualquiera que sea su grado de impureza, el Mundo está siendo continuamente purificado por la santidad de los santuarios. La santidad del templo está al socaire de toda corrupción terrestre, y esto por el hecho de que el plano arquitectónico del templo es obra de los dioses y, por consiguiente, se encuentra muy próximo a los dioses, al Cielo. Los modelos trascendentales de los Templos gozan de una existencia espiritual, incorruptible, celeste.

Por la gracia de los dioses, el hombre accede a la visión fulgurante de esos modelos y se esfuerza, acto seguido, por reproducirlos en la tierra. Por otra parte, como el espacio, el Tiempo no es, para el hombre religioso, homogéneo ni continuo. Existen los intervalos de tiempo sagrado (fiestas); existe, por otro lado, el Tiempo profano, la duración temporal ordinaria en que se inscriben los actos despejados de significación religiosa. Entre estas dos clases de tiempo hay, bien entendido, una solución de continuidad; pero por medio de ritos, el hombre religioso puede pasar sin peligro de la duración temporal ordinaria al Tiempo sagrado. El tiempo sagrado es por su propia naturaleza reversible, en el sentido de que es, propiamente hablando, un Tiempo mítico primordial hecho presente. El tiempo sagrado es indefinidamente recuperable, indefinidamente repetible. Es un tiempo ontológico por excelencia.

El

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