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Enviado por   •  22 de Agosto de 2012  •  1.677 Palabras (7 Páginas)  •  319 Visitas

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Cuando escuchamos o nos preguntan, si sabemos acerca de las acciones que realizan las educadoras durante su jornada o ciclo escolar, normalmente, nos imaginamos que lo único que hace, es entretener a los pequeños poniéndolos a recortar, colorear, o pegar bolitas. Sin embargo durante este curso pudimos corroborar que no es así, que contrario a lo que pensamos la docente requiere de una planeación previa, de acuerdo a las competencias que se pretenden lograr en los niños y a las necesidades que identifique en sus alumnos, al mismo tiempo tiene que ser flexible, esto, debido a los imprevistos que llegan a suceder en el día a día. No solo se trata de mantenerlos entretenidos u ocupados como muchos piensan, más bien, se pretende desarrollar y trabajar las habilidades con las que cuenta todo ser humano. A continuación mencionare algunas de las responsabilidades y retos a los que se enfrenta una educadora durante su práctica docente.

Una buena educadora se encarga de educar, formar, auxiliar y motivar a sus niños durante el tiempo que están a su cargo, y en el transcurso del ciclo escolar organiza y participa en eventos dentro y fuera del jardín y como ya sabemos establecen una comunicación constante con los padres de familia.

Una buena maestra logra que los niños dejen de depender de ella; en ocasiones si será necesaria una mayor presencia y dirección de su parte, pero en otras será más adecuado dejar fluir la actividad y mantenerse en “la periferia”, pero podrá modificar su función en la actividad de acuerdo con la forma en la cual ésta se desarrolle y los alumnos se involucren en ella.

A lo largo de su intervención, la educadora pone en juego habilidades que le permiten favorecer en los niños los propósitos que tiene la educación preescolar. Por ejemplo, haciendo uso de la observación, la docente no solo establece patrones de conducta que le permiten determinar ciertos comportamientos de sus alumnos, en situaciones específicas, sino que también, identifica la dinámica o las dinámicas que favorecen la interacción entre los niños. Sin duda esta perspectiva demanda una práctica más exigente y, en ciertos momentos, un avance más lento del que probablemente se había planeado. Sin embargo, es la única manera de promover un aprendizaje real y duradero en los niños.

Además, tiene que ser tolerante, respetuosa y capaz de trabajar con la diversidad de los alumnos, aceptando que en el grupo siempre existirán intereses diferentes, y con frecuencia incompatibles. Por eso, al momento de tomar decisiones sobre la organización de su grupo, deberá ser sensible a las inquietudes que atraen a los niños, y valorar cada una de las preguntas o aportaciones hechas por ellos, esto generara un ambiente que proporciona seguridad y estímulo, ayudando a favorecer la participación tanto grupal como individual.

Por consiguiente se propiciara la comunicación, otro aspecto importante en el que la educadora debe invertir el tiempo adecuado para generar en sus alumnos la confianza, seguridad y autonomía que le ayudaran a desenvolverse en su contexto escolar, familiar y social. Para lograrlo debe escuchar y oír lo que en realidad dicen.

Al tratar todo tema y al realizar una actividad cualquiera, la educadora debe hacer el esfuerzo de ponerse en el lugar de los niños y plantearse ¿Qué recursos o estrategias contribuyen a que se apropien de ese nuevo conocimiento?, para resolver esta pregunta, la educadora en su intervención se orientara a precisar, canalizar y negociar esos intereses hacia lo que formativa¬men¬te es más importante. Debe procurar que, al introducir una actividad que considera relevante, ésta, despierte el interés de los niños, alimente la curiosidad que los caracteriza y propicie la disposición por aprender, y que además le ayude a mantenerlos cognitiva y emocionalmente activos en las experiencias escolares. Un ambiente de este tipo estimula la disposición a explorar, individualmente o en grupo.

Los buenos resultados de la intervención educativa requieren de una planeación flexible, que tome como punto de partida las competencias y los propósitos fundamentales. Ese sentido de propósito, cuando es alentado por la maestra y compartido por los niños, convierte al grupo en una comunidad de aprendizaje. Al participar en esa comunidad, el niño adquiere confianza en su capacidad para aprender y podrá darse cuenta de que los logros que se obtienen son producto del trabajo individual y colectivo. En una etapa temprana, los niños tienden a considerar que los resultados de una actividad, sean buenos o malos, son resultado de la suerte o de la intervención de otros. Lo deseable es que los niños aprendan gradualmente a mirar con atención su proceso de trabajo y a valorar sus resultados. Esa posibilidad está influida por los juicios de la maestra y la interacción en el grupo. Si el niño percibe que al valorar su desempeño y el de sus compañeros hay justicia, congruencia, respeto y reconocimiento del esfuerzo, aceptará que la evaluación es una forma de colaboración, que no lo descalifica si no que le ayuda a darse cuenta de que al actuar y tomar decisiones es posible fallar o equivocarse, sin que eso devalúe su trabajo ni afecte su confianza.

La maestra tiene como responsabilidad hacer que las

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