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Planeacion


Enviado por   •  13 de Octubre de 2013  •  2.315 Palabras (10 Páginas)  •  157 Visitas

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I PLANEACION ESTRATEGICA

PARA QUE SON LOS NEGOCIOS

¿Será posible que los capitalistas lleguen a echar abajo el capi¬talismo? A principios de este año, un periodista del New York Times formulaba esa pregunta a medida que se acumulaban uno tras otro los escán¬dalos contables en algunas grandes empresas estadounidenses. Su conclu¬sión era que no, que probablemente no.

En la versión anglo-estadounidense actual del capitalismo bursátil, el criterio para medir el éxito es el valor para los accionistas, expresado en el precio de las acciones de una empresa. Hay muchas maneras de influir en el precio de una acción: el incremento de la productividad y de la rentabilidad a largo plazo es sólo una de ellas. Redu¬cir o aplazar los gastos orientados al futuro más que al presente incrementa las utilidades inmediatamente, aunque hace peligrar las de largo plazo. La com¬praventa de empresas es otra estrategia utilizada. Es una manera mucho más rápida que confiar en el crecimiento or¬gánico para dar un impulso al balance general y al precio de las acciones, y puede resultar mucho más interesante para los que están arriba. El hecho de que la mayoría de las fusiones y adqui¬siciones en definitiva no hayan logrado añadir valor, no ha impedido que mu¬chos directivos lo intenten.

Una de las consecuencias de la ob¬sesión por el precio de las acciones es el inevitable estrechamiento del ho¬rizonte. Paul Kennedy no es el único que cree que las empresas hipotecan su futuro a cambio de un aumento en el precio presente de las acciones, aunque se muestra optimista al presentir que la obsesión por el valor para los accionis¬tas está llegando a su fin.

También han tenido una gran culpa en esto las opciones de compra de acciones (stock options), convertidas en las nuevas hijas predilectas del capita¬lismo bursátil.

El modelo estadounidense nunca llegó a fascinar tanto al resto de Eu¬ropa. Los europeos no hallaban sitio en el capitalismo bursátil para muchas cosas que ellos dan por sentadas por el hecho de ser ciudadanos, tales como la salud gratuita y la calidad educativa para todos, la vivienda para los más des¬favorecidos y la garantía de un estándar de vida aceptable en la ancianidad, la enfermedad o el desempleo. Sin em¬bargo, el estilo empresarial estadouni¬dense también empezó a llegar a Eu¬ropa continental cuando comenzaron las acusaciones desde el otro lado del océano sobre la falta de dinamismo eu¬ropeo, sus economías entrampadas en asfixiantes regulaciones y su mediocre gestión. Ahora que también han surgido en Europa ejemplos de malos manejos por parte de algunos directivos y que una política de adquisiciones excesiva¬mente ambiciosa causó el derrumbe de un par de grandes corporaciones, mu¬chos europeos se preguntan si no se viró en exceso hacia el capitalismo bursátil.

Resulta imposible huir de la pregunta más fundamental de todas: ¿A quiénes y para qué sirven las empresas? La res¬puesta alguna vez estuvo clara, pero ya no. Ahora han cambiado las condi¬ciones de los negocios. La inversión ha sustituido a la propiedad y los activos de una empresa están cada vez más en su personal y no en sus edificios o maquinaria. Por eso hace falta, a la luz de este cambio, repensar los supuestos hasta ahora válidos sobre el sentido de los negocios. Y también hace falta que, al hacerlo, nos planteemos si los nego¬cios estadounidenses pueden aprender algo de Europa, del mismo modo que los europeos han absorbido lecciones muy valiosas del dinamismo estadouni¬dense.

Ambos lados del Atlántico estarían de acuerdo en que hay, primero, una nece¬sidad clara e importante de cumplir con las expectativas de los accionistas, que son los propietarios teóricos de la em¬presa. Sin embargo, lo más apropiado sería llamar a la mayoría de ellos inver¬sionistas, e incluso quizá apostadores. No tienen ni el orgullo ni la responsa¬bilidad. Resulta imposible huir de la pregunta más fundamental de todas: ¿A quiénes y para qué sirven las empresas? La res¬puesta alguna vez estuvo clara, pero ya no. Ahora han cambiado las condi¬ciones de los negocios. La inversión ha sustituido a la propiedad y los activos de una empresa están cada vez más en su personal y no en sus edificios o maquinaria. Por eso hace falta, a la luz de este cambio, repensar los supuestos hasta ahora válidos sobre el sentido de los negocios. Y también hace falta que, al hacerlo, nos planteemos si los nego¬cios estadounidenses pueden aprender algo de Europa, del mismo modo que los europeos han absorbido lecciones muy valiosas del dinamismo estadouni¬dense.

Ambos lados del Atlántico estarían de acuerdo en que hay, primero, una nece¬sidad clara e importante de cumplir con las expectativas de los accionistas, que son los propietarios teóricos de la em¬presa. Sin embargo, lo más apropiado sería llamar a la mayoría de ellos inver¬sionistas, e incluso quizá apostadores. No tienen ni el orgullo ni la responsa¬bilidad que confiere la propiedad, y a decir verdad sólo están ahí por el dinero. Es cierto que si la dirección ejecutiva no consigue cumplir con sus expectativas financieras, el precio de la acción caerá, exponiendo a la empresa a predadores no deseados y dificultando sus posibi¬lidades de encontrar nuevo financia¬miento. Pero pensar que las necesida¬des de los accionistas son el propósito de la empresa es caer en una confusión lógica, que consiste en confundir una condición necesaria con una suficiente. Para vivir hace falta comer: la comida es una condición necesaria de la vida. Pero si sólo vivimos para comer y hacemos de la comida el único propósito de la vida, terminamos horriblemente gor¬dos. En otras palabras, el propósito de un negocio no es obtener utilidades y punto, sino lograr utilidades para que el negocio pueda hacer algo más o mejor. Ese “algo” es lo que verdaderamente jus¬tifica el negocio. Los propietarios saben que esto es así; los inversionistas no ne¬cesitan preocuparse por ello.

Muchos pensarán que esto es sólo un juego de palabras, pero no es así. Se trata de un asunto moral. Confundir los medios con el fin es como encerrarse en sí mismo, uno de los grandes pecados, según San Agustín. Las sospechas que despierta el capitalismo están ancladas en la sensación de que sus instrumen¬tos, las corporaciones, son inmorales, porque no tienen más propósito que satisfacerse a sí mismas. Es posible que esta afirmación sea muy injusta para muchas empresas, pero ha sido su pro¬pia retórica y conducta la que las ha rebajado. Cuando se piensa en alguna organización resulta saludable pregun¬tarse si la inventaríamos en caso de que no existiera. La respuesta tendría que ser “sólo si pudiera hacer algo mejor o más útil que nadie”, y la obtención de utilidades sería el medio para ese fin más amplio.

Cada

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