Reflexiones Sobre El Pez Que No Quiso Evolucionar
Enviado por ausuar • 1 de Noviembre de 2013 • 2.143 Palabras (9 Páginas) • 1.358 Visitas
ALFREDO U. SUÁREZ
- “El pez que no quiso evolucionar”
- “¿Caduca el talento a los cincuenta?”
- “¿Por qué juegan al golf los directivos?”
- “La antigüedad no es un grado”
A la edad que tengo, sesenta y tres años, seguramente una buena parte de mi proyecto de vida ha transcurrido, pero espero vivir varios más, y lograr cristalizar los objetivos que todavía no he alcanzado, ya sea porque ha faltado tiempo para su concreción, o debido a que tuve que hacer algunos ajustes en el camino, lo que retardó su obtención.
En primer lugar, puedo comentar que desde que tengo uso de razón, procuré asimilar al máximo las enseñanzas de mis padres, a quienes siempre consideré personas inteligentes y de bien, por lo que sus sabios consejos me han redituado invariablemente, hasta el momento, dividendos muy positivos y satisfactorios.
En este sentido, a lo largo de la lectura de las cuatro historias mencionadas, fueron llegando a mi memoria los recuerdos de cuestiones que me he planteado hacer en mi vida, todas enmarcadas por las lecciones paternas, como ya dije; pero también por las recibidas en las instituciones educativas a las que he asistido y por las que me han dado las experiencias vividas.
De esta manera, relacionando mi experiencia con el relato del pez que no quiso evolucionar, señalo que desde que yo era muy chico, mi padre me puso el ejemplo de estar permanentemente atento a señales anticipadas de peligro o de cambios, que nos prepararan para prever y planear actitudes que permitieran, cuando todavía era oportuno (antes de que las crisis nos sorprendieran), efectuar las transformaciones necesarias para adaptarnos a nuevas condiciones y para seguir evolucionando, con las consiguientes ventajas, sobre los que prefierieran permanecer inactivos ante las situaciones cambiantes del entorno; los que tomaran decisiones equivocadas, porque pensaban que el éxito de hoy los seguiría por siempre; o los que, irresponsablemente, atribuyeran sus desgracias a la mala suerte.
Así las cosas, me propuse desde hace largo tiempo, tener en mente que nada perduraría por siempre y que estamos obligados a ser previsores, aún en los momentos que parecieran de estabilidad, para salir adelante con los cambios y saber adaptarnos a las situaciones de transformación.
Como breves ejemplos de esto, puedo citar mis vivencias en el sector público, donde en mi caracter de servidor público, pero teniendo la profesión de ingeniero industrial, invariablemente pugné, desde que inicié actividades ahí (hace más de treinta años), por anticiparnos a los cambios del entorno mundial, en materia de buen gobierno, moderno y competitivo, aplicando metodologías de eficiencia y eficacia, así como de calidad, y prácticas administrativas sanas que siempre indiqué que no deberían estimarse como del patrimonio exclusivo de las empresas privadas.
De igual forma, puedo comentar que en mi paso por la iniciativa privada, y en el caso específico de una filial de Toshiba, en México, donde fungí como director de ventas y mercadotecnia, logré convencer a mi jefe en este país y a diversos directivos de Japón, con gran dificultad, (pues pensaban que era anticiparnos prematuramente, sin necesidad), de prepararnos para el cambio del sistema de etiquetado de productos con código de barras. Los japoneses estaban reacios pues decían que era muy temprano para el mercado mexicano y que nuestros técnicos desconocían los equipos de impresión y lectura de dicho código.
Gracias a mi insistencia, pude convencerlos precisamente cuando el Grupo Cifra, que era el corporativo de Aurrerá y Superama, estaba a punto de iniciar el proyecto y la empresa donde yo trabajaba pudo ser la pionera con tales sistemas en la primera tienda en México en usarlos, el Superama (ahora Walmart) de Perisur.
Ahora quisiera agrupar dos historias, la de “¿Caduca el talento a los cincuenta?” y “La antigüedad no es un grado”, pues lo que cuentan ambas se relaciona con mi proyecto personal e ideas, en materia de capacidad y edad. Así como estoy seguro que la experiencia llega al paso los años y no hay motivo para pensar que después de los cincuenta el talento, la capacidad, los conocimientos y la experiencia se desvanezcan, puesto que lo normal es que a esa edad se consoliden, también estoy convencido de que la edad y la antigüedad en un trabajo no garantiza que quien las tenga sea la persona que mejor pueda desempeñar la labor que ha estado desarrollando durante muchos años.
Coincido totalmente con Paco Muro, cuando en la primera de esas dos historias, nos dice que “Los cincuentones constituyen un colectivo de profesionales con un alto grado de conocimientos, indiscutiblemente con más experiencia y en algunos casos con un acertado comportamiento. Por qué desperdiciar semejante recurso?”
Y tan estoy de acuerdo, que lo estoy aplicando en mi vida personal, ya que siempre pensé que yo no tendría porqué retirarme de las labores profesionales al llegar mi jubilación.
De tal manera, consciente de la vasta experiencia y conocimientos que he logrado acumular y pensando que aún conservo el talento suficiente para involucrarme en el trabajo, en la actualidad me hallo muy activo como consultor de Coca-Cola, profesor y consultor del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP) y director de asuntos públicos y proyectos de una empresa especializada en modernización de bibliotecas, archivos y centros documentales, así como en gestión documental, en donde no tenemos inconveniente en aprovechar los servicios profesionales de jubilados que tienen capacidad, experiencia y actitudes positivas.
Por otro lado, con relación a la segunda historia, en mi proyecto personal he mantenido la certeza de que de nada sirven los conocimientos y experiencia, sin una actitud correcta hacia nuestros semejantes y ante los obstáculos que la vida nos presenta. Es más, puede haber situaciones en donde la buena actitud de un joven puede suplir su falta de experiencia y lograr mejores resultados que la persona mayor que únicamente quiere explotar su veteranía y larga experiencia, sin preocuparse por demostrar, mediante una actitud adecuada, su talento y eficacia, así como buenos resutados.
Hace tiempo, trabajando en el Banco de Crédito Rural, tuve una experiencia con un empleado de alrededor de sesenta años que simplemente argumentando su edad y la antigüedad en el trabajo, pretendía obtener canonjías, sin demostrar eficiencia y buen desempeño. De forma semejante al autor Muro en “La antigüedad no es un grado”, pensé y se lo comuniqué, que sólo él podría hacer
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