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Trabajo Domestico


Enviado por   •  15 de Diciembre de 2014  •  2.306 Palabras (10 Páginas)  •  174 Visitas

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“Mira, ahora van a dar las cinco de la tarde y es la primera vez que me siento desde que me he levantado a las siete y media de la mañana”. No se cuantas veces habré oído salir esa frase por la boca de mi abuela. Ella limpiaba, planchaba, cocinaba, cuidaba de su nieto, fregaba y podríamos seguir añadiendo verbos a esta lista de pretéritos pero lo que parece ser que nunca hacía mi abuela es trabajar. El que si que trabajaba era mi abuelo, claro, quien salía por la puerta de casa a las ocho para subirse otras tantas horas a un andamio con el fin de ganar un suelo. Mi abuela, mientras, se dedicaba a hacer “sus tareas”. La realidad que aquí debemos vislumbrar es que sin el “trabajo en la sobra” realizado por mi abuela, hubiese sido casi imposible que mi abuelo acudiese cada mañana religiosamente a su puesto de trabajo, por lo que ella era tan partícipe como él de que ese sueldo entrase por la puerta.

Estas “tareas” y “trabajo en la sobra” a los que se ha hecho referencia corresponden a lo que formalmente denominamos trabajo doméstico, entendido este como el trabajo relacionado con la familia, el hogar y la gestión de la esfera privada.

M.Á. Duran, experta en sociología económica y una de las abanderadas del feminismo académico en España, fue quien puso el foco de atención sobre el valor del trabajo no remunerado y la interdependencia que existe entre la vida privada y la pública, así como la situación de grupos sociales que hasta ahora había atraído escaso interés de la sociología y la economía. Al hablar del concepto trabajo se nos presentan una serie de ideas e imágenes preconcebidas todas ellas basadas en el ideario de trabajo remunerado o mercantil. En las sociedades modernas la centralidad del trabajo mercantil es indiscutible, resulta el eje vertebrador de la trayectoria vital de los individuos y a su vez otorga unos atributos y compensaciones simbólicas y materiales. Quienes trabajan son aptos para desarrollarse y los que no lo hacen son inactivos, dependientes, improductivos, etc. (Duran, 1991). Esta visión del trabajo únicamente contempla como tal aquello que produce riqueza dentro del mercado mercantil olvidando a todos aquellos quienes, pese a no estar vinculados con la esfera pública directamente, procuran el bienestar de la fuerza de trabajo, siendo las mujeres la mayoría de esos “quienes”. Así pues el trabajo de cuidados, del que históricamente se ha hecho responsable a la mujer y el que requiere una dedicación mucho más allá de la que sería una jornada laboral mercantil “estandard” de ocho horas, no cuenta con un reconocimiento ni valoración acorde a su importancia, originando la invisibilidad de la mayoría del trabajo realizado por las mujeres, hecho que las aboca a una situación de subordinación.

Maria Ángeles Duran destaca la necesidad de reformar el concepto de trabajo por tal de que el trabajo no remunerado tenga cabida y los estudios sobre este tema no se centren únicamente en empleo. Para ello propone incorporar al modelo los presupuestos de tiempo o incorporar al PIB la aportación del trabajo doméstico por tal de poder comparar ambos. Esta lucha por el reconocimiento del trabajo reproductivo no es un mero capricho, sino que su consecución podría suponer cambios en algo tan importante como es el acceso a los derechos de ciudadanía, ya que se infiere a la premisa de que es el trabajo lo que proporciona la ciudadanía plena. Los derechos sociales y económicos son derechos de los trabajadores. En el momento en el que a la mujer se le asocia un trabajo que a efectos legales no es tratado como tal estamos creando una enorme desigualdad social entre géneros.

La ruptura conceptual por la que abogaba Duran se inició a finales de los años 80, cuando se empieza a entender el trabajo en clave de género, gracias a esto se se han podido elaborar estudios que nos muestran cual es la naturaleza del trabajo en relación al género.

Por tal de comprender mejor la situación de invisibilidad del trabajo femenino retrocederemos hasta el s.XIX de la mano de la historiadora Mary Nash. La irlandesa explica como aquella época se creo el “ideal” femenino de “perfecta casada” y se impuso como ejemplo de rol que toda buena mujer debía seguir. Esta figura estaba caracterizada por tener como únicas metas en su vida el ser una buena madre y una buena esposa, dejando de lado pretensión alguna relacionada con el trabajo mercantil, su ámbito de actuación debía ser espera privada. Este planteamiento se defendía tanto desde la burguesía como desde la clase obrera, que veía como un peligro el hecho de que la mujer entrase en las fábricas, ya que suponían una competencia directa del trabajo masculino. Cabe destacar que la mujer trabajadora es anterior al capitalismo industrial, aunque es a partir de la revolución industrial cuando se la empieza a ver como un “problema”. Fue entonces cuando se creó el “discurso de domesticidad” (Scott, 1993) el cual dio lugar a la dicótoma hogar/trabajo. En este discurso se reclamaba a las mujeres que fuesen únicamente responsables de sus hogares, gestionandolos y cuidando de los miembros de este. El hombre por su parte sería el encargado de mantener económicamente a la familia. El “discurso de domesticidad” es el que da forma al modelo familiar male breadwinner, Este se basa en la separación de la sociedad en dos esferas, la pública y la privada, donde el hombre es visto como ganador del pan y único responsable de aportar ingresos económicos para la familia desde la esfera pública mediante un suelo, y la mujer es vista como responsable el trabajo en el ámbito doméstico y de cuidados en la esfera privada. El modelo male breadwinner ha sido reforzado más directa o indirectamente por las instituciones mediante a decisiones de ámbito político, económico y social, legitimando y institucionalizando la división sexual del trabajo como lógica por la cual se organiza la estructura social. Se apoya una base económica definida por la organización de la producción y de la reproducción en una sociedad determinada, se presenta en sociedades done el trabajo femenino fuera de la producción doméstica no es esencial, condicionado también por los factores ideológicos que refuerzan las estructuras (Benería, 1981). Mientras, el proceso socializador se encarga de reproducirla. Atañe a esta función reproductora, es a la mujer a quien se le encarga en exclusiva el cuidado de la fuerza de trabajo presente y futura lo que la convierte en un agente de socialización primaria perpetuador del sistema. Así los papeles de reproducción se adscriben tanto a la mujer como a las leyes naturales (Torns; Carrasquer, 1987).

Las autoras Teresa Torns y Pilar Carrasquer parten de que el patriarcado es el marco de referencia donde se situá

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