Liderazgo
Enviado por 1305 • 28 de Enero de 2013 • 2.432 Palabras (10 Páginas) • 448 Visitas
liderazgo y directivas
Un propósito bien definido hace posible el liderazgo. La ausencia de propósitos bien definidos hace posible la manipulación.
El liderazgo tiende a ser un tema de gran interés. Y tal vez sea uno de los conceptos más confusos. Acerca del liderazgo se dicen muchas cosas pero, casi obviamente, se omite sistemáticamente el hecho de que el liderazgo en una organización debe basarse en la habilidad para dar e implementar directivas.
Que un individuo tenga carisma, inteligencia emocional, creatividad, fama, autoridad, prestigio, chispa estratégica, afinidad y compromiso con los intereses del grupo, etcéteras varios, no le transforma necesariamente en un líder. El quid de la cuestión del liderazgo en las organizaciones permanece intacto: el requisito necesario y elemental es la habilidad de impartir e implementar directivas. Sin esto, el rol de líder no se puede sostener. Puede ser polémico, pero es la pura realidad.
Es muy cierto que pareciera ser que cada vez es más difícil establecer la aceptación de "autoridades". Pero no es tan cierto que la dificultad esté dada por una supuesta racionalidad que evoluciona hacia la "horizontalidad sinérgica". Tal vez podamos imaginar una organización que opere exclusivamente en base a una misteriosa comunión de mentes, ideas e intereses. Si las abejas tienen algo parecido a una inteligencia colectiva tal vez podamos imitarlas pero, aunque todo es posible, dudo mucho que las organizaciones humanas saquen provecho de ello.
¿Para qué sirven las directivas en una organización cualquiera? Para establecer coordinación de funciones y actividades. En una "organización" sin directivas reina el desacuerdo y la confusión. En toda organización se supone que hay más de una persona operando. Si son de igual rango (la mentada horizontalidad) y tienen funciones y propósitos diferentes, entrarán rápidamente en conflictos y desacuerdos ante la ausencia de directivas que seguir. Esto es completamente obvio y análogo a la necesidad de leyes, normas, códigos, contratos, jueces, etc.
Y aquí viene algo que puede sorprender: en cualquier organización, sin directivas, no hay bienestar emocional. No habrá buena afinidad entre los individuos, habrá desacuerdos, la comunicación estará enferma o no existirá realmente. Y si los individuos están en desacuerdo, dejará de ser evidente para unos lo que estén haciendo los otros, lo que se proponen los otros y, por si fuera poco, al no tener “reflejos” de los otros dejarán de estar seguros acerca de lo que ellos mismos estén haciendo.
El verdadero liderazgo siempre es una conducción basada en ser claro, categórico, inequívoco, decidido, firme, enérgico, decisivo. Una organización así guiada tiene mejores posibilidades de mantener acuerdos entre los individuos. Sin directivas, los individuos de una organización fácilmente entran en desacuerdos entre sí, son menos productivos, y la organización no prospera. Las directivas categóricas, dadas correctamente, y orientadas claramente hacia un objetivo visualizable, se necesitan en cualquier organización para que pueda crecer y prosperar. Y, por mal que nos suene, muchas veces las malas directivas son algo mejor que no tener ninguna.
Por supuesto, todo líder verdadero tiene habilidad para mantener funcional la distancia que pueda haber entre las directivas que emite y la aceptación de los individuos de la organización para seguirlas. El buen liderazgo se basa en esta habilidad de emitir directivas y obtener aceptación; no obstante, nunca coloca a las directivas por debajo de la "popularidad" que pudieran tener. Siempre trabaja en función de un plan, resulte popular o no.
Ocasionalmente, en cuanto a sustitutos del liderazgo real, se tienen como fundamentales a otras cualidades y elementos, como cuando se perfila a un actor o a un deportista famoso como candidato a dirigente político. Seguramente, todos conocemos situaciones así.
El liderazgo clásico no es muy esotérico ni complicado, más bien es simple. El misterio y la complejidad en torno al tema tal vez dependen más de intereses que de la confusión. Lo cierto – y casi tema tabú - es que si seguimos subordinando la habilidad de liderar al carisma y la popularidad, el círculo vicioso que generamos difícilmente termine en evolución.
Acerca del liderazgo.
Seguramente siempre se asocia la palabra “líder” con la palabra “poder”. Ambos son o debieran ser fascinantes, tanto el poder como el que lo ejerce de modo real, por si mismo, el caudillo. Por que sin duda a todos les fascinaría ejercer el poder, pero unos cuantos son los que en verdad tienen el don de mando. Y aquí se antoja decir algo sobre el ego. Sabemos, por las pocas sociedades de cazadores-recolectores que habitaron el planeta hasta el siglo XIX y aún en nuestros días, que en estas sociedades no había jefes, ni líderes ni nada parecido. Eran en verdad sociedades igualitarias, donde se compartía todo: trabajos, recursos, responsabilidades. No había jefes. Cuando alguno quería tomar preeminencia sobre los demás, estos simplemente lo ignoraban o le daban un tratamiento tal que desanimaban a intentarlo de nuevo. Porque al correr del tiempo el jefe se convierte en rey, en faraón, en descendiente de los dioses, o se proclama de naturaleza divina, se dice ser Dios. No en balde el pecado original del género humano es la soberbia. Soberbia del que cree estar por encima de los demás y llega hasta a compararse con Dios.
Porque, ¡Oh sorpresa! Estos estudios también indican que los líderes comenzaron a ser tales – y a convertirse en jefes – ganando la parte más mundana del hombre; como buenos estrategas los sometieron empezando por la panza y continuando con el amor propio. Alimentaron su estómago y su ego, camelándolos. En las, para nosotros, lejanas islas del Pacífico Sur aquel que deseaba convertirse en líder y ser amado y respetado por sus conciudadanos debía organizar una fiesta, más propiamente una comelitona, en la que todos deberían quedar satisfechos, ahítos. Porque podía estar prohibido darse ínfulas de jefe, pero no el ser proveedor.
Pero aquí donde empezaban a surgir los líderes también comenzaban sus problemas y sufrimientos. El aspirante a cabecilla no comía si no cuando todos estaban satisfechos; y si no quedaba nada debía conformarse con ver comer opíparamente a los “suyos”, recibir su agradecimiento (y alabanzas) y saber que su fiesta sería recordada por mucho tiempo.
Además, los que decidían apoyar al aspirante a proveedor, sus más cercanos, podían quedarse sin comer también, pero contentos de ver el triunfo de su guía. Se podría decir que de aquí pasamos a la guerra. Resulta que al correr del tiempo estos “proveedores”
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